Nada más entrar, a las seis de la mañana, le pusieron en la mano la vieja y destartalada botonera. Las pocas explicaciones para su manejo le parecieron sencillas en un principio. Su carácter había provocado el que terminara allí, era un castigo y no iba a arrugarse. Cogió el mando con fuerza y práctico unos segundos, el balancín imantado que controlaba tenía demasiados años para cometer torpezas y era necesario moverlo con suavidad.
El jefe de equipo hizo su entrada. Con aires de superioridad recorrió los pasillos hasta llegar a su puesto de mando. Era un hombre tosco y desagradable, que descargaba su frustración gritando y humillando a sus subordinados.
Una vez en los puestos, empezó la jornada. Los cuatro puentes grúa con los que contaba el taller cobraron vida y las enormes chapas de acero volaban de un lado a otro de la nave.
Su mano temblaba, pero apretó los dientes y comenzó a mover la grúa en dirección al camión que tenía que cargar. Sentía las miradas clavadas y las risillas burlonas de sus compañeros. Los gritos del jefe de equipo se mezclaban con los ruidos ensordecedores de las cortadoras de plasma y, envuelto entre el rojizo humo que desprendían, su silueta parecía diabólica.
Al parar la grúa, la inercia hizo que la chapa de 600cm de largo empezara a balancearse como si fuera un columpio. Respiró hondo y apretó el botón de bajada hasta que el acero tocó suelo.
Los histéricos chillidos del jefe perforaban sus oídos. Intentó replicar aludiendo a su falta de experiencia y a el hecho de no contar con el pertinente cursillo, pero no sirvió de nada. Aguantó como pudo la bronca, sin dejar de mirarle a la cara ni un momento. Precisamente por revolverse estaba en esa situación. La sucesión de blasfemias y gestos despóticos todavía seguía cuando cogió de nuevo la botonera, subiendo el balancín.
El envejecido mando falló desconectando el imán y la chapa cayó con fuerza encima del pie del acalorado jefe de equipo. Un aullido desgarrador dejó en silencio el taller. Cuando clavó la mirada en los ojos del culpable, emanando rabia por todos sus poros, su gesto cambió por completo. El brillo de malicia que vio en ellos le dejó desconcertado.
Tres meses después volvió al taller cojeando todavía. Como era habitual en él, gruñía dando ordenes a todos los presentes. Al toparse de frente con la causante de su lesión tensó el semblante mirando con desprecio, pero moderó el tono y el volumen de sus palabras.
En los nueve meses que estuvo allí, hasta que el fin de su contrato le llevó a aumentar la lista del paro, no le levantó la voz ni una sola vez más.
nada como una sutil advertencia para llevarse bien
ResponderEliminar¡¡Jode!!r como para hacerlo, que miedito narices.
ResponderEliminarMuy buena historia
Un beso
Me parece perfecto. Se hizo respetar.
ResponderEliminarUn beso o 2 !
Una estupenda manera de acabar con las broncas.
ResponderEliminarQue cunda el ejemplo.
Besos.
Fue el mensaje que necesitaba para cerrar esa bocaza.
ResponderEliminarBesos,Joplin
Eso de que los jefes se crean que por el simple hecho de serlo, tienen derecho a gritar e insultar a los trabajadores, me resulta de lo mas medieval.
ResponderEliminarSer jefe quiere decir que eres el que manda, el que organiza y reparte el trabajo. Y a los que les queda grande el traje, no tiene un minimo de educacion, o su vocabulario no pasa de cien palabras, no tienen otra manera de ejercer. Porque ademas son los jefes y hacen lo que les sale de los cojones.
Besos
Paga cursos: evitan vendettas.
ResponderEliminarSi eres capaz de esto lo eres de mucho más!!!
ResponderEliminarOtra pedazo de historia Joplin!!!!
Un afectuoso estrechón de manos! jaja
Pues tuvo suerte de continuar los 8 meses. Mi experiencia me dice que los déspotas no cambian, necesitan de sus malos modos para disfrazar su cobardía.
ResponderEliminarMil estrellas de alegría
Sherezade
Por gruñón¡ besos
ResponderEliminarEl jefe de equipo era el responsable de que aún sin tener curso de capacitación, un trabajador manejara el puente grúa y por supuesto de los posibles accidentes que ocurrieran.
ResponderEliminarEsa persona no debería haber manejado el puente, aún así estuvo los 9 meses haciéndolo.
Continuó esos meses por que ya tenía un contrato firmado. Por supuesto que él no cambió, pero no quería problemas.
El cursillo lo tiene que impartir la empresa si quiere que ocupes ese puesto.
Es difícil saber mandar, pero los que saben no necesitan gritar ni descalificar.
Me alegro que os gustara la historia.
Salud.
Por cierto
ResponderEliminarHola Sherezade me alegro de conocerte.
¡Por Dios, que bueno! Lo que muchos necesitan es probar "Un día de furia". Por cosas como esa y porque la paciencia tiene un límite, siempre recuerdo a Michael Douglas entrando en la hamburguesería y pidiendo una como la de la foto. Basta ya de que nos pisen.
ResponderEliminarJoplin, que bien suena Janis.
Saludos. Me gusta mucho tu espacio, mucho.
Me alegra tu visita Jose Luis, esa imagen de Pelayo de tu perfil me es cercana.
ResponderEliminarTienes razón, hay una similitud con la peli.
Salud.